martes, 11 de diciembre de 2012

Jean Paul Sartre - Libertad y Responsabilidad

JEAN PAUL SARTRE
EL SER Y LA NADA

Cuarta Parte: Tener, Hacer y Ser

III. Libertad y responsabilidad

Aunque las consideraciones que siguen interesan mas bien al moralista, hemos juzgado que no seria inútil, después de estas descripciones y estas argumentaciones, volver sobre la libertad del para-si y tratar de comprender lo que representa para el destino humano el hecho de esa libertad.

La consecuencia esencial, de nuestras observaciones anteriores es que el hombre, al estar condenado a ser libre, lleva sobre sus hombros todo el peso del mundo; es responsable del mundo y de si mismo en tanto que manera de ser. Tomamos la palabra ≪responsabilidad≫ en su sentido trivial de ≪conciencia (de) ser el autor incontestable de un acontecimiento o de un objeto≫. En este sentido, la responsabilidad del para-si es abrumadora, pues es aquel por quien ocurre que haya un mundo; y, puesto que es también aquel que se hace ser, el para-si, cualquiera que fuere la situación en que se encuentra, debe asumirla enteramente con su coeficiente de adversidad propio, así sea insostenible; debe asumirla con la orgullosa conciencia de ser autor de ella, pues los mayores inconvenientes o las peores amenazas que pueden afectar a mi persona solo tienen sentido en virtud de mi proyecto y aparecen sobre el fondo del compromiso que soy.

Pensar en quejarse es, pues, insensato, pues nada ajeno o extraño ha decidido lo que sentimos, vivimos o somos. La responsabilidad absoluta no es, por lo demás, aceptación: es simple reivindicación lógica de las consecuencias de nuestra libertad. Lo que me ocurre, me ocurre por mí, y no puedo ni dejarme afectar por ello, ni rebelarme, ni resignarme. Por otra parte, todo lo que me ocurre es mío; hay que entender por ello, en primer lugar, que siempre estoy a la altura de lo que me ocurre, en tanto que hombre, pues lo que le ocurre a un hombre por otros hombres o por el mismo no puede ser sino humano. 

Las más atroces situaciones de la guerra, las más crueles torturas, no crean un estado de cosas inhumano: no hay situaciones inhumanas; solo por el miedo, la huida y el expediente de las conductas mágicas decidiría acerca de lo inhumano, pero esta decisión es humana y me incumbe su entera responsabilidad. La situación es mía, además, porque es la imagen de mi libre elección de mi mismo, y todo cuanto ella me presenta es mio porque me representa y simboliza. No soy yo acaso quien decide sobre el coeficiente de adversidad de las cosas, y hasta sobre su imprevisibilidad, al decidir sobre mi mismo? 

Así, en una vida no hay accidentes: un acontecimiento social que de pronto irrumpe y me arrastra, no viene de afuera; si soy movilizado en una guerra, esta guerra es mía, esta hecha a mi imagen y la merezco. La merezco, en primer lugar, porque siempre podía haberme sustraído a ella, por la deserción o el suicidio; estos posibles últimos son los que siempre hemos de tener presentes cuando se trata de considerar una situación. Al no haberme sustraído, la he elegido: pudo ser por apatía, por cobardía ante la opinión pública, porque prefiero ciertos valores al valor de la negación de hacer la guerra (la estima de mis allegados, el honor de mi familia, etc.). 

De todos modos, se trata de una elección, elección reiterada luego, de manera continua, hasta el fin de la guerra; hemos de suscribir, pues, la frase de J. Romains: ≪En la guerra no hay victimas inocentes≫. Así, pues, si he preferido la guerra a la muerte o al deshonor, todo ocurre como si llevara enteramente sobre mis hombros la responsabilidad de esa guerra. Sin duda, otros la han declarado, y podría incurrir en la tentación de considerarme como mero cómplice. Pero esta noción de complicidad no tiene sino un sentido jurídico, en nuestro caso, es insostenible, pues dependió de mí que para mi y por mi esa guerra no existiera, y yo he decidido que exista. No ha habido conciencia alguna pues la coerción no puede ejercer dominio alguno sobre una libertad; no tengo ninguna excusa, pues, como lo hemos dicho y repetido en este libro, lo propio de la realidad-humana es ser sin excusa. No me queda, pues, sino reivindicar esa guerra como mía.

Pero, además, es mía porque, por el solo hecho de surgir en una situación que yo hago ser y de que no pueda descubrirla sino comprometiéndome en pro o en contra de ella, no puedo distinguir ahora la elección que hago de mi y la elección que hago de la guerra: vivir esta guerra es elegirme por ella y elegirla por mi elección de mi mismo. No cabria tomarla como ≪cuatro años de vacaciones≫ o de ≪aplazamiento≫ o como una ≪sesión suspendida≫, estimando que lo esencial de mis responsabilidades esta en otra parte, en mi vida conyugal, familiar o profesional: en esta guerra que he escogido, me elijo día por día y la hago mía haciéndome a mi mismo. Si han de ser cuatro años vacíos, mía es la responsabilidad. Por ultimo, como lo hemos señalado en el párrafo anterior, cada persona es una elección absoluta de si a partir de un mundo de conocimientos y de técnicas que esa elección a la vez asume e ilumina; cada persona es un absoluto que disfruta de una fecha absoluta, y es enteramente impensable en otra fecha. 

Es ocioso, pues, preguntarse que habría sido yo si no hubiera estallado esta guerra, pues me he elegido como uno de los sentidos posibles de la época que conducía a la guerra insensiblemente: no me distingo de la época misma, ni podría ser transportado a otra época sin contradicción. Entonces, soy esta guerra que limita, delimita y hace comprensible el periodo que la ha precedido. En este sentido a la formula que acabamos de citar: ≪no hay victimas inocentes≫, habría que añadir, para definir mas nítidamente la responsabilidad del para-si, esta otra: ≪cada cual tiene la guerra que se merece≫. Así, totalmente libre indiscernible del periodo cuyo sentido he elegido ser, tan profundamente responsable de la guerra como si yo mismo la hubiera declarado, puesto que no puedo vivir nada sin integrarlo a mi situación, comprometerme en ello íntegramente y marcarlo con mi sello, no debo tener queja ni remordimiento por lo mismo que no tengo excusa, pues, desde el instante de mi surgimiento al ser, llevo exclusivamente sobre mi el peso de! mundo, sin que nada ni nadie me lo pueda aligerar.

Sin embargo, esta responsabilidad es de un tipo muy particular. Se me responderá, en efecto, que ≪no he pedido nacer≫, lo que es una manera ingenua de poner el acento sobre nuestra facticidad. Soy responsable de todo, en efecto, salvo de mi responsabilidad misma, pues no soy el fundamento de mí ser. Todo ocurre, pues, como si estuviera constreñido a ser responsable. Estoy arrojado en el mundo, no en el sentido de quedarme abandonado y pasivo en un universo hostil, como la tabla que flota sobre el agua, sino, al contrario, en el sentido de que me encuentro de pronto solo y sin ayuda, comprometido en un mundo del que soy enteramente responsable, sin poder, haga lo que haga, arrancarme ni un instante de esa responsabilidad, pues soy responsable hasta de mi propio deseo de rehuir las responsabilidades; hacerme pasivo en el mundo, negarme a actuar sobre las cosas y sobre los Otros, es también elegirme, y el suicidio es un modo entre otros de ser-en-el-mundo. 

Con todo, me encuentro con una responsabilidad absoluta, por el hecho de que mi facticidad, es decir, en este caso, el hecho de mi nacimiento, no puede ser captado directamente y hasta es inconcebible, pues el hecho de mi nacimiento nunca me aparece en bruto, sino siempre a través de una reconstrucción proyectiva de mi para-si: me avergüenzo, me asombro o me alegro de haber nacido, o, al intentar quitarme la vida, afirmo que vivo y asumo esta vida como mala. Así, en cierto sentido, elijo haber nacido. Esta misma elección esta afectada por entero de facticidad, puesto que no puedo no elegir, pero a su vez, esa facticidad solo aparecerá en cuanto yo la trascienda hacia mis fines. 

Así, la facticidad esta doquiera, pero sin que pueda ser captada; no encuentro jamás sino mi responsabilidad, y por eso no puedo preguntar ≪.Por que he nacido?≫, ni maldecir el día de mi nacimiento ni declarar que no he pedido nacer, pues estas diferentes actitudes con respecto al nacimiento, es decir, con respecto al hecho de que realizo una presencia en el mundo, no son, precisamente, sino maneras de asumir con plena responsabilidad el nacimiento y hacerlo mio; también aquí, solo me encuentro conmigo mismo y mis proyectos, de modo que, en ultima instancia, mi derreliccion, es decir, mi facticidad, consiste simplemente en que estoy :condenado a ser totalmente responsable de mi mismo. Soy el ser que es como ser en cuyo ser esta en cuestión su ser. 

Y este ≪es≫ de mi ser es a la vez presente e imposible de captar. En estas condiciones, puesto que ningún acontecimiento del mundo me puede ser descubierto sino como ocasión (ocasión aprovechada, fallida, descuidada, etc.), o, mejor aun, puesto que todo cuanto nos ocurre puede ser considerado como una oportunidad, es decir, solo puede aparecernos como medio para realizar ese ser que esta en cuestión en nuestro ser, y puesto que los otros, como trascendencias-trascendidas, no son tampoco sino ocasiones y oportunidades, la responsabilidad del para-si se extiende al mundo entero como mundo-poblado. 

Así, precisamente, el Para-si se capta a si mismo en la angustia, es decir, como un ser que no es fundamento ni de su ser, ni del ser del otro, ni de los en-síes que forman el mundo, pero que esta obligado a decidir sobre el sentido del ser, en el y doquiera fuera de él. Quien realiza en la angustia su condición de estar arrojado a una responsabilidad que se vuelve incluso sobre su mismo abandono, no tiene ya remordimiento, ni queja, ni excusa; no es ya mas que una libertad que se descubre perfectamente a si misma y cuyo ser reside en ese mismo descubrimiento. Pero, como se ha señalado al comienzo de esta obra, la mayor parte de las veces rehuimos la angustia en la mala fe.

miércoles, 18 de julio de 2012

El Abecedario de Gilles Deleuze. R de Resistencia



Jacques Derrida - "D’ailleurs, Derrida"


Documental en el que Jacques Derrida, uno de los filósofos franceses más importantes de la década de los sesenta, nos habla sobre su vida y expone sus ideas.






Título original: D’ailleurs, Derrida
Director: Safaa Fathy
Productora: La Sept Arte – Gloria Films

miércoles, 21 de marzo de 2012

El Mal - Una singular visión sobre su verdadera naturaleza - Arthur Machen "The White People"


Prólogo 

Ambrosio dijo : Brujería y santidad, he aquí las únicas realidades, Y prosiguó: la magia tiene su justificación en sus criaturas; comen mendrugos de pan y beben agua con una alegría mucho mas intensa que la del epicúreo. 

¿Os referís a los santos? 
Si, y también a los pecadores, creo que vos caéis en el error frecuente de los que limitan el mundo espiritual a las regiones del bien supremo. Los seres extremadamente perversos forman parte también del mundo espiritual. El hombre vulgar, carnal y sensual no será jamás un gran santo. Ni un gran pecador. En nuestra mayoría somos simplemente criaturas de barro cotidiano, sin comprender el significado profundo de las cosas, y por esto el bien y el mal son en nosotros idénticos: de ocasión sin importancia. 

¿Pensaís, pues que el gran pecador es un asceta lo mismo que el gran santo? 
Los grandes, tanto en el bien como en el mal, son los que abandonan las copias imperfectas y se dirigen a los originales perfectos. para mi no existe la menor duda, los mas excelsos entre los santos jamás hicieron 'una buena acción', en el sentido común de la palabra. Por el contario existen hombres que han descendido hasta el fondo de los abismos del mal, y que en toda su vida, no han cometido lo que vosotros llamaís una 'mala acción'. 

Se ausentó un momento de la estancia, Cotgrave se volvió a su amigo y le dió las gracias por haberle presentado a Ambrosio.   Es formidable, dijo. Jamás habia visto a un chalado de esta clase 
Ambrosio volvió con una nueva provisión de whisky y sirvió a los dos hombres con largueza. Criticó con ferocidad la secta de los abstemios, pero se sirvió un vaso de agua. Iba a reanudar su monólogo cuando Cotgrave le atajó. 

Vuestras paradojas son monstruosas. 
¿Puede un hombre ser un gran pecador sin haber hecho nunca nada culpable? ¡Vamos hombre! 
Os equivocais completamente, dijo Ambrosio, pues soy incapaz de paradojas: ¡ojala pudiera hacerlas! He dicho simplemente que un hombre puede ser un gran conocedor de vinos de Borgoña sin haber entrado jamás en una taberna. Esto es todo, y ¿no os parece mas una perogrullada que una paradoja?. 

Vuestra reacción revela que no tenéis la menor idea de lo que puede ser el pecado. 
¡Oh! naturalmente existe una relación entre el Pecado con mayúscula y los actos considerados como culpables: asesinato, robo, adulterio, etc. Exactamente la misma relación que existe entre el alfabeto y la poesía genial. 

Vuestro error es casi universal: os habéis acostumbrado como todo el mundo a mirar las cosas a través de unas gafas sociales. Todos pensamos que el hombre que nos hace daño a nosotros o a nuestros vecinos es un hombre malo. Y lo es desde el punto de vista social. ¿Pero no podéis comprender que el Mal, en su esencia, es una cosa solitaria, una pasión del alma? El asesino corriente, como tal asesino, no es en modo alguno un pecador en el verdadero sentido de la palabra. Es sencillamente una bestia peligrosa, de la que debemos librarnos para salvar nuestra piel. Yo lo clasificaría mejor entre las fieras que entre los pecadores. 

Todo esto me parece un poco extraño 
Pues no lo es, el asesino no mata por razones positivas, sino negativas, le falta algo que poseen los no-asesinos. El Mal por el contario es totalmente positivo. Pero positivo en el sentido malo. Y es muy raro. Sin duda hay menos pecadores verdaderos que santos. En cuanto a los que llamáis criminales, son seres molestos, desde luego, y de los que la sociedad hace bien en guardarse; pero entre sus actos antisociales y el Mal existe un absimo. ¡Creedme!. 

Se hacia tarde. El amigo que habia llevado a Cotgrave a casa de Ambrosio habia oido sin duda esto otras veces. Escuchaba con sonrisa cansada y un poco burlona, pero Cotgrave empezaba a pensar que su 'alienado' era tal vez un sabio. 

¿Sabéis que me interesáis enormemente? , dijo.
¿Opináis pues que no comprendemos la verdadera naturaleza del Mal? 
Lo sobreestimamos. O bien lo menospreciamos. Por una parte, llamamos pecado a las infracciones de los reglamentos de la sociedad de los tabúes sociales. Es una exageración absurda. Por otra parte atribuimos una importancia tan enorme al 'pecado' que consiste en meter mano a nuestros bienes o a nuestras mujeres que hemos perdido absolutamente de vista lo que hay de horrible en los verdaderos pecados. 

Entonces ¿qué es el pecado?, dijo Cotgrave 
Me veo obligado a responder a su pregunta con otras preguntas. ¿Que experimentaría si su gato o su perro empezaran a hablarle con voz humana? ¿Y si las rosas de su jardín se pusieran a cantar? ¿Y si las piedras del camino aumentaran de volumen ante sus ojos? Pues bien, estos ejemplos pueden darle una vaga idea de lo que realmente es el pecado. 

Escuchen, dijo el tercer hombre, que hasta entonces habia permanecido muy tranquilo, me parece que los dos estan locos de remate. Me marcho a mi casa. He perdido el tranvía y tendré que ir a pie, Ambrosio y Cotgrave se arrellenaron aun mas en sus sillones después de su partida. La luz de los faroles palidecía en la bruma de la madrugada, que helaba los cristales. 

Me asombra usted, dijo Cotgrave. Jamás había pensado en todo esto. Si realmente es asi hay que volverlo todo al revés. Entonces según usted la esencia del pecado sería... 

Querer tomar el cielo por asalto, respondió Ambrosio. El pecado consiste en mi opinión, en la voluntad de penetrar de manera prohibida en otra esfera mas alta. Esto explica que sea tan raro. En realidad pocos hombres desean penetrar en otras esferas, sean altas o bajas, y de manera autorizada o prohibida. Hay pocos santos. Y los pecadores, tal como yo los entiendo, son todavia mas raros. Y los hombres de genio (que a veces participan de aquellos dos) también escasean mucho... Pero puede ser mas difícil convertirse en un gran pecador que en un gran santo. 

¿Porque el pecado es esencialmente naturaleza? 
Exacto. La santidad exige igualmente un esfuerzo igualmente grande, o poco menos, pero es un esfuerzo que se realiza por caminos que eran antaño naturales. Se trata de volver a encontrar el éxtasis que conoció el hombre antes de la caída. En cambio el pecado es una tentativa de obtener un éxtasis y un saber que no existen y que jamás han sido dados al hombre y el que lo intenta se convierte en demonio. 

Ya le he dicho que el simple asesino no es necesariamente un pecador. Esto es cierto, pero el pecador es a veces asesino. Pienso en Gilles de Rais, por ejemplo. Considere que, si el bien y el mal están igualmente fuera del alcance del hombre contemporáneo, del hombre corriente, social y civilizado, el mal lo esta en un sentido mucho mas profundo. 
El santo se esfuerza en recobrar un don que ha perdido; el pecador persigue algo que no ha poseído jamás. En resumidas cuentas reproduce la Caída. 

¿Es usted católico?, preguntó Cotgrave. 
Sí, soy miembro de la Iglesia anglicana perseguida. 
Entonces ¿que me dice de esos textos en que se denomina pecado lo que usted califica de falta sin importancia? 

Advierta, por favor, que en estos textos de mi religión aparece reiteradamente el nombre de 'mago' que me parece la palabra clave. Las faltas menores que se denominan pecados, solo se llaman así en la medida que el mago perseguido por mi religión esta detras del autor de esos pequeños delitos. Pues los magos se sirven de las flaquezas humanas resultantes de la vida material y social como instrumentos para alcanzar su fin infinitamente excecrable.   Y permita que le diga esto: nuestro sentidos superiores estan tan embotados, estamos hasta tal punto saturados de materialismo, que seguramente no reconoceríamos el verdadero mal si nos tropezáramos con el. 

Pero ¿es que no sentiríamos a despecho de todo un cierto horror, este horror, de que me hablaba hace un momento al invitarme a imaginar unas rosas que rompiesen a cantar? 
Si fuesemos seres naturales, sí. Los niños, algunas mujeres y los animales sienten ese horror. Pero en la mayoría de nosotros, los convencionalismos, la civilización y la educación han embotado y oscurecido la naturaleza. A veces podemos reconocer el mal por el odio que manifiesta al bien, y nada mas, pero esto es puramente fortuito. En realidad, los Jerarcas del Infierno pasan inadvertidos a nuestro lado. 

¿Piensa que ellos mismos ignoran el mal que encarnan? 
Asi lo creo. El verdadero mal en el hombre es como la santidad y el genio. Es un éxtasis del alma, algo que rebasa los límites naturales del espíritu, que escapa a la conciencia. Un hombre puede ser infinitamente y horriblemente malo, sin sospecharlo siquiera. Pero repito: el mal, en el sentido verdadero de la palabra, es muy raro. Creo que incluso cada vez lo es mas. 

Procuro seguirle, dijo Cotgrave. ¿Cree usted que el Mal verdadero tiene una esencia completamente distinta de lo que solemos llamar el mal? 
Absolutamente. Un pobre tipo exitado por el alcohol vuelve a su casa y mata a patadas a su mujer y a sus hijos. Es un asesino. Gilles de Rais es también un asesino. Pero ¿advierte usted el abismo que los separa? La palabra es accidentalmente la misma en ambos casos, pero el sentido es totalmente distinto. 

Cierto que el mismo débil parecido existe entre todos los pecados sociales y los verdaderos pecados espirituales, pero son como la sombra y la realidad. Si usted es un poco teólogo tiene que comprenderme. 

Le confieso que no he dedicado mucho tiempo a la teología, observó Cotgrave. 
Lo lamento; pero volviendo a nuestro tema ¿cree usted que el pecado es una cosa oculta, secreta? 
Si. Es el milagro infernal, como la santidad es el milagro sobrenatural. El verdadero se eleva a un grado tal que no podemos sospechar en absoluto su existencia. Es como la nota mas baja del organo, tan profunda que nadie la oye. A veces hay fallo, recaídas, que conducen al asilo de locos o a desenlaces todavía mas horribles.

Pero en ningún caso debe confundirlo con la mala acción social. Acuérdese del Apóstol: hablaba del otro lado y hacia una distinción entre las acciones caritativas y la caridad. De la misma manera que uno puede darlo todo a los pobres y, a pesar de ello, carecer de caridad, puede evitar todos los pecados y, sin embargo ser una criatura del mal. 

¡He aqui una psicología singular!, dijo Cotgrave. Pero confieso que me gusta. Supongo que segun usted, el verdadero pecador podía pasar muy bien por un personaje inofensivo, ¿no es así?. 

Ciertamente. El verdadero mal no tiene nada que ver con la sociedad. Y tampoco el Bien, desde luego. ¿Cree usted que se sentiría a gusto en compañia de san Pablo? 
¿Cree usted que se entenderia bien con sir Galahad?. Lo mismo puede decirse de los pecadores. Si usted encontrase a un verdadero pecador y reconociese el pecado que hay en el sin duda se sentiría horrorizado. Pero tal vez no existiría ninguna razón para que aquel hombre le disgustara. Por el contrario es muy posible que si lograba olvidar su pecado, encontrase agradable su trato. 

¡Y sin embargo! ¡No! ¡Nadie puede adivinar cuan terrible es el verdadero mal..! 
¡Si las rosas y los lirios del jardín se pusieran a cantar esta madrugada, si los muebles de esta casa empezaran a desfilar en procesión como en el cuento de Maupassant...! 

Celebro que vuelva a esta comparación, dijo Cotgarve, pues quería preguntarle a que corresponden, en la humanidad estas proezas imaginarias de las cosas que usted cita. 
Repito: ¿que es pues el pecado? Quisiera que me diese un ejemplo concreto. 

Por primera vez Ambrosio vaciló: 
Ya le he dicho que el verdadero mal es muy raro. El materialismo de nuestra época que tanto ha hecho para suprimir la santidad, tal vez ha hecho mas aun para suprimir el mal. Encontramos la tierra tan cómoda, que no sentimos deseos de subir ni de bajar. Todo ocurre como si un especialista del Infierno realizase trabajos puramente arqueológicos. 

Sin embargo tengo entendido que sus investigaciones se han extendido hasta la época actual. 
Veo que usted está realmente interesado. Pues bien, le confieso que he reunido, en efecto, algunos documentos... 


(Prólogo de "The White People (1899) incluido en la siguiente fuente bibliográfica). 
Libro: The house of souls, Knopf, New York (1906, 1922 ed.)  

Acerca de Arthur Machen - (1863-1947) 
Escritor y periodista gales, prolífico autor de literatura fantástica. Iniciado tambien en el ocultismo en la logia secreta Golden Dawn. 'La influencia de Machen en la carrera de otros escritores es importante, entre ellos H.P. Lovecraft, con su relato El Horror de Dunwich, la novela Ceremonia de T.E.D. Klein, o la Historia de Fantasmas de Peter Straub'. Autor entre otras obras de Los tres impostores (1895) y El terror (1917).

domingo, 18 de marzo de 2012

La metafísica de la juventud - Walter Benjamín

IV.
Experiencia.

Nuestro combate en favor de la responsabilidad está siendo librado contra un ser enmascarado. La máscara de los adultos es la «experiencia» (Erfahrung). es una máscara inexpresiva, impenetrable, siempre igual a sí misma. Todo lo han vivido ya estos adultos: juventud, ideales, esperanzas, mujeres. Todo resultó ser una ilusión. A menudo se encuentran acobardados o amargados. Probablemente tengan razón los adultos. ¿Qué podemos responderles? Aún no hemos experimentado nada. Pero nosotros queremos intentar levantar la máscara: ¿Qué es lo que han experimentado estos adultos? ¿Qué quieren demostrar? Una cosa antes que nada: que también ellos han sido jóvenes, también han deseado lo que deseamos nosotros ahora, también dejaron de creer en sus padres y la vida les enseñó que éstos tenían razón. Los adultos se sonríen con aire de superioridad: a nosotros también nos sucederá lo mismo. Desprecian dc antemano los años vividos por nosotros y hacen de ellos un tiempo de dulce idiotez juvenil, un entusiasmo previo a la gran sobriedad de una vida seria. Y eso, los bienintencionados e ilustrados. Conocemos otros pedagogos cuya amargura no nos permite gozar siquiera de los breves años juveniles. 

Con toda seriedad y dureza quieren colocarnos ya en la amarga tarea de la vida. Pero unos y otros desprecian y destrozan nuestros años y no dejan de sobrecoger nuestros sentimientos: tu juventud no es más que una breve noche (¡llénala de entusiasmo!); después de ella viene la hermosa «experiencia», los años de compromisos, de pobreza intelectual y de carencia de entusiasmo: así es la vida. Así nos hablan los adultos; así viven ellos. Sí, así viven los adultos, siempre es lo mismo, nunca es lo otro: vida sin sentido. Pura brutalidad. ¿Nos animáis para la grandeza, para la novedad, para el futuro? ¡No, ni hablar! Eso es inexperimentable. Pero si el sentido, la verdad, la bondad y la belleza se fundamentan en sí mismos, ¿para qué queremos la experiencia?

Y aquí está la clave: como los adultos jamás elevan los ojos hacia la grandeza y la plenitud de sentido, su experiencia se convierte en el evangelio de los filisteos y les hace portavoces de la trivialidad de la vida. Los adultos no conciben que haya algo más allá de la experiencia; que existan valores – inexperimentables – a los que nosotros nos entregamos.

¿Por aquí la vida resulta para los filisteos algo desconsolador y sin sentido? Porque sólo conocen la experiencia, nada más; porque ellos mismos son seres sin esperanza ni espíritu, y porque sólo mantienen relaciones internas con lo rutinario, con lo eternamente vuelto al pasado. Pero nosotros conocemos algo distinto, que ninguna experiencia nos ofrece, a saber: que existe la verdad aunque todo lo pensado hasta ahora sea un error; que la honradez debe mantenerse por mucho que hasta el día de hoy nadie haya sido honrado. Esta voluntad no nos la puede arrebatar ninguna experiencia. No obstante, ¿no podrían tener razón nuestros padres con sus gestos cansados y su desencantada suficiencia? ¿No será inevitablemente triste todo lo que nosotros lleguemos a experimentar de tal manera que el valor y el sentido sólo pueda fundamentarse en lo inexperimentable? Entonces el espíritu sería libre, sólo que la vida le iría hundiendo cada vez más, vida que, como suma de experiencias, resulta en verdad algo desconsolador.

Pero nosotros ya no comprendemos estas preguntas. ¿Habremos de llevar, según eso, la misma vida de aquellos que no conocen lo que es el espíritu y cuyo inerte «yo» acaba siendo arrojado por la vida como por olas a las rocas? No. Toda nuestra experiencia posee ya un contenido. Su contenido será el que le dé nuestro espíritu. La irreflexión sestea en el error: «¡Jamás encontrarás la verdad – gritan los adultos a quienes la buscan – : lo sé por experiencia!». Pero para el que busca la verdad el error no es más que una ayuda para encontrarla (Spinoza). La experiencia carece de sentido y de espíritu sólo para aquellos que carecen de antemano tanto del uno como del otro. Sin duda, la experiencia resultará dolorosa para quien busca en ella, pero difícilmente le dejará sin esperanza.

Quien busca de verdad nunca se resignará apáticamente ni se dejará adormecer por la inercia del filisteo, puesto que éste – ya os habréis dado cuenta – se alegra ante cada nuevo fracaso. Y tiene razón, está plenamente convencido de que efectivamente el espíritu no existe. Pero nadie reclama una sumisión más rotunda, un respeto más profundo hacia el espíritu, que él, pues si ejerciera la crítica sin duda debería comprometerse, y eso es algo que no puede hacer. Incluso la experiencia del espíritu, que él mismo siente a regañadientes, se le convierte en algo inespiritual.

Dígale usted que aprecie
los sueños de su juventud
cuando llegue a ser un hombre.

Nada detesta más el filisteo que los «sueños de su juventud» (y la mayoría de las veces el sentimentalismo no es más que un camuflaje de este odio). Lo que retiene de estos sueños no es sino la voz del espíritu, que también le llama a él, como a todos los hombres. La juventud es un permanente recordatorio para él. Por eso la combate. Por eso la describe como una experiencia gris y todopoderosa y enseña a los jóvenes a reírse de sí mismos. Vivir sin espíritu puede ser algo infame, pero desde luego resulta bastante cómodo.

 Por otro lado, nosotros conocemos otra experiencia que puede llegar a ser hostil al espíritu y aniquilar muchos sueños en flor. No obstante, es la más bella, intangible e inmediata, ya que jamás llega a perder el espíritu con tal de que nos mantengamos jóvenes. Como decía Zaratustra al final de su peregrinación, uno sólo se experimenta a sí mismo. El filisteo construye su «experiencia» y se convierte en pura inespiritualidad. El joven vivirá el espíritu, y cuanto mayor sea el esfuerzo con que alcanza la grandeza, tanto mas encontrará el espíritu a lo largo de su peregrinación por entre los hombres. El joven será, sin duda, un hombre indulgente. El filisteo es intolerante.

Paidos, 1995, México. 

jueves, 5 de enero de 2012

Sobre la Guerra* - Estanislao Zuleta

*


Estanislao Zuleta[2]


1. Pienso que lo más urgente cuando se trata de combatir la guerra es no hacerse ilusiones sobre el carácter y la posibilidad de ese combate. Sobre todo, no oponerle a la guerra, como han hecho hasta entonces todas las tendencias pacifistas, un reino del amor y la abundancia, de la igualdad y la homogeneidad, una entropía social. En realidad la idealización del conjunto social, a nombre de Dios, de la razón o de cualquier cosa, conduce siempre al terror y, como decía Dostoievski, su formula completa es "Liberté, egalité, fraternité ... de la mort". Para combatir la guerra con una posibilidad remota pero real de éxito, es necesario comenzar por reconocer que el conflicto y la hostilidad son fenómenos tan constitutivos del vínculo social, como la interdependencia misma, y que la noción de una sociedad armónica es una contradicción en los términos. La erradicación de los conflictos y su disolución en una cálida convivencia no es una meta alcanzable, ni deseable; ni en la vida personal – en el amor y la amistad -, ni en la vida colectiva. Es preciso, por el contrario, construir un espacio social y legal en el cual los conflictos puedan manifestarse y desarrollarse, sin que la oposición al otro conduzca a la supresión del otro, matándolo, reduciéndolo a la impotencia o silenciándolo.

2. Es verdad que para ello, la superación de las "contradicciones antinómicas" entre las clases y de las relaciones de dominación entre las naciones, es un paso muy importante. Pero no es suficiente y es muy peligroso creer que es suficiente. Porque entonces se tratará inevitablemente de reducir todas las diferencias, las oposiciones y las confrontaciones a una sola diferencia, una sola oposición y una sola confrontación; es tratar de negar los conflictos internos y reducirlos a un conflicto externo; con el enemigo, con el otro absoluto: la otra clase, la otra religión, la otra nación; pero éste es el mecanismo más íntimo de la guerra y el más eficaz, puesto que es el que genera la felicidad de la guerra.

3. Los diversos tipos de pacifismo hablan abundantemente de los dolores, las desgracias y las tragedias de la guerra – y eso está muy bien, aunque nadie lo ignora -; pero suelen callar sobre ese otro aspecto tan inconfesable y tan decisivo, que es la felicidad de la guerra. Porque si se quiere evitarle al hombre el destino de la guerra hay que empezar por confesar, serena y severamente,  la verdad: la guerra es fiesta. Fiesta de la comunidad al fin unida con el más entrañable de los vínculos, del individuo al fin disuelto en ella y liberado de su soledad, de su particularidad y de sus intereses; capaz de darlo todo, hasta su vida. Fiesta de poderse aprobar sin sombras y sin dudas frente al perverso enemigo, de creer tontamente tener la razón y de creer más tontamente aún que podemos dar testimonio de la verdad con nuestra sangre. Si esto no se tiene en cuenta, la mayor parte de las guerras parecen extravagantemente irracionales, porque todo el mundo conoce de antemano la desproporción existente entre el valor de lo que se persigue y el valor de lo que se está dispuesto a sacrificar. Cuando Hamlet se reprocha su indecisión en una empresa aparentemente clara como la que tenía ante sí, comenta: "Mientras para vergüenza mía, veo la destrucción inmediata de veinte mil hombres que, por un capricho, por una estéril gloria van al sepulcro como a sus lechos, combatiendo por una causa que la multitud es incapaz de comprender, por un terreno que no es suficiente sepultura para tantos cadáveres". ¿Quién ignora que este es frecuentemente el caso? Hay que decir que las grandes palabras solemnes: el honor, la patria, los principios, sirven casi siempre para racionalizar el deseo de entregarse a esa borrachera colectiva.

4. Los gobiernos saben esto, y para negar la disensión y las dificultades internas, imponen a sus súbditos la unidad, mostrándoles, como decía Hegel, la figura del amo absoluto: La muerte. Los ponen a elegir entre solidaridad y derrota. Es triste, sin duda, la muerte de los muchachos argentinos y el dolor de sus deudos y la de los muchachos ingleses y el de los suyos; pero es tal vez más triste ver la alegría momentánea del pueblo argentino unido detrás de Galtieri y la del pueblo inglés unido detrás de Margaret Thatcher.

5. Si alguien me objetara  que el reconocimiento previo de los conflictos y las diferencias, de su inevitabilidad y su conveniencia, arriesgaría a paralizar en nosotros la decisión y el entusiasmo en la lucha por una sociedad más justa, organizada y racional, yo le replicaría que para mí una sociedad mejor es una sociedad capaz de tener mejores conflictos. De reconocerlos y de contenerlos. De vivir, no a pesar de ellos, sino productiva e inteligentemente en ellos. Que solo un pueblo escéptico sobre la fiesta de la guerra, maduro para el conflicto, es un pueblo maduro para la paz.


[1] La Cábala, No. 3 Cali, diciembre 1982 marzo 1983. Separata.
[2] Zuleta, Estanislao, Sobre la Guerra, en Colombia, Violencia, Democracia y Derechos Humanos, Ensayo, Altamir Ediciones, Bogotá, 1991, pp. 109-111.