martes, 11 de diciembre de 2012

Jean Paul Sartre - Libertad y Responsabilidad

JEAN PAUL SARTRE
EL SER Y LA NADA

Cuarta Parte: Tener, Hacer y Ser

III. Libertad y responsabilidad

Aunque las consideraciones que siguen interesan mas bien al moralista, hemos juzgado que no seria inútil, después de estas descripciones y estas argumentaciones, volver sobre la libertad del para-si y tratar de comprender lo que representa para el destino humano el hecho de esa libertad.

La consecuencia esencial, de nuestras observaciones anteriores es que el hombre, al estar condenado a ser libre, lleva sobre sus hombros todo el peso del mundo; es responsable del mundo y de si mismo en tanto que manera de ser. Tomamos la palabra ≪responsabilidad≫ en su sentido trivial de ≪conciencia (de) ser el autor incontestable de un acontecimiento o de un objeto≫. En este sentido, la responsabilidad del para-si es abrumadora, pues es aquel por quien ocurre que haya un mundo; y, puesto que es también aquel que se hace ser, el para-si, cualquiera que fuere la situación en que se encuentra, debe asumirla enteramente con su coeficiente de adversidad propio, así sea insostenible; debe asumirla con la orgullosa conciencia de ser autor de ella, pues los mayores inconvenientes o las peores amenazas que pueden afectar a mi persona solo tienen sentido en virtud de mi proyecto y aparecen sobre el fondo del compromiso que soy.

Pensar en quejarse es, pues, insensato, pues nada ajeno o extraño ha decidido lo que sentimos, vivimos o somos. La responsabilidad absoluta no es, por lo demás, aceptación: es simple reivindicación lógica de las consecuencias de nuestra libertad. Lo que me ocurre, me ocurre por mí, y no puedo ni dejarme afectar por ello, ni rebelarme, ni resignarme. Por otra parte, todo lo que me ocurre es mío; hay que entender por ello, en primer lugar, que siempre estoy a la altura de lo que me ocurre, en tanto que hombre, pues lo que le ocurre a un hombre por otros hombres o por el mismo no puede ser sino humano. 

Las más atroces situaciones de la guerra, las más crueles torturas, no crean un estado de cosas inhumano: no hay situaciones inhumanas; solo por el miedo, la huida y el expediente de las conductas mágicas decidiría acerca de lo inhumano, pero esta decisión es humana y me incumbe su entera responsabilidad. La situación es mía, además, porque es la imagen de mi libre elección de mi mismo, y todo cuanto ella me presenta es mio porque me representa y simboliza. No soy yo acaso quien decide sobre el coeficiente de adversidad de las cosas, y hasta sobre su imprevisibilidad, al decidir sobre mi mismo? 

Así, en una vida no hay accidentes: un acontecimiento social que de pronto irrumpe y me arrastra, no viene de afuera; si soy movilizado en una guerra, esta guerra es mía, esta hecha a mi imagen y la merezco. La merezco, en primer lugar, porque siempre podía haberme sustraído a ella, por la deserción o el suicidio; estos posibles últimos son los que siempre hemos de tener presentes cuando se trata de considerar una situación. Al no haberme sustraído, la he elegido: pudo ser por apatía, por cobardía ante la opinión pública, porque prefiero ciertos valores al valor de la negación de hacer la guerra (la estima de mis allegados, el honor de mi familia, etc.). 

De todos modos, se trata de una elección, elección reiterada luego, de manera continua, hasta el fin de la guerra; hemos de suscribir, pues, la frase de J. Romains: ≪En la guerra no hay victimas inocentes≫. Así, pues, si he preferido la guerra a la muerte o al deshonor, todo ocurre como si llevara enteramente sobre mis hombros la responsabilidad de esa guerra. Sin duda, otros la han declarado, y podría incurrir en la tentación de considerarme como mero cómplice. Pero esta noción de complicidad no tiene sino un sentido jurídico, en nuestro caso, es insostenible, pues dependió de mí que para mi y por mi esa guerra no existiera, y yo he decidido que exista. No ha habido conciencia alguna pues la coerción no puede ejercer dominio alguno sobre una libertad; no tengo ninguna excusa, pues, como lo hemos dicho y repetido en este libro, lo propio de la realidad-humana es ser sin excusa. No me queda, pues, sino reivindicar esa guerra como mía.

Pero, además, es mía porque, por el solo hecho de surgir en una situación que yo hago ser y de que no pueda descubrirla sino comprometiéndome en pro o en contra de ella, no puedo distinguir ahora la elección que hago de mi y la elección que hago de la guerra: vivir esta guerra es elegirme por ella y elegirla por mi elección de mi mismo. No cabria tomarla como ≪cuatro años de vacaciones≫ o de ≪aplazamiento≫ o como una ≪sesión suspendida≫, estimando que lo esencial de mis responsabilidades esta en otra parte, en mi vida conyugal, familiar o profesional: en esta guerra que he escogido, me elijo día por día y la hago mía haciéndome a mi mismo. Si han de ser cuatro años vacíos, mía es la responsabilidad. Por ultimo, como lo hemos señalado en el párrafo anterior, cada persona es una elección absoluta de si a partir de un mundo de conocimientos y de técnicas que esa elección a la vez asume e ilumina; cada persona es un absoluto que disfruta de una fecha absoluta, y es enteramente impensable en otra fecha. 

Es ocioso, pues, preguntarse que habría sido yo si no hubiera estallado esta guerra, pues me he elegido como uno de los sentidos posibles de la época que conducía a la guerra insensiblemente: no me distingo de la época misma, ni podría ser transportado a otra época sin contradicción. Entonces, soy esta guerra que limita, delimita y hace comprensible el periodo que la ha precedido. En este sentido a la formula que acabamos de citar: ≪no hay victimas inocentes≫, habría que añadir, para definir mas nítidamente la responsabilidad del para-si, esta otra: ≪cada cual tiene la guerra que se merece≫. Así, totalmente libre indiscernible del periodo cuyo sentido he elegido ser, tan profundamente responsable de la guerra como si yo mismo la hubiera declarado, puesto que no puedo vivir nada sin integrarlo a mi situación, comprometerme en ello íntegramente y marcarlo con mi sello, no debo tener queja ni remordimiento por lo mismo que no tengo excusa, pues, desde el instante de mi surgimiento al ser, llevo exclusivamente sobre mi el peso de! mundo, sin que nada ni nadie me lo pueda aligerar.

Sin embargo, esta responsabilidad es de un tipo muy particular. Se me responderá, en efecto, que ≪no he pedido nacer≫, lo que es una manera ingenua de poner el acento sobre nuestra facticidad. Soy responsable de todo, en efecto, salvo de mi responsabilidad misma, pues no soy el fundamento de mí ser. Todo ocurre, pues, como si estuviera constreñido a ser responsable. Estoy arrojado en el mundo, no en el sentido de quedarme abandonado y pasivo en un universo hostil, como la tabla que flota sobre el agua, sino, al contrario, en el sentido de que me encuentro de pronto solo y sin ayuda, comprometido en un mundo del que soy enteramente responsable, sin poder, haga lo que haga, arrancarme ni un instante de esa responsabilidad, pues soy responsable hasta de mi propio deseo de rehuir las responsabilidades; hacerme pasivo en el mundo, negarme a actuar sobre las cosas y sobre los Otros, es también elegirme, y el suicidio es un modo entre otros de ser-en-el-mundo. 

Con todo, me encuentro con una responsabilidad absoluta, por el hecho de que mi facticidad, es decir, en este caso, el hecho de mi nacimiento, no puede ser captado directamente y hasta es inconcebible, pues el hecho de mi nacimiento nunca me aparece en bruto, sino siempre a través de una reconstrucción proyectiva de mi para-si: me avergüenzo, me asombro o me alegro de haber nacido, o, al intentar quitarme la vida, afirmo que vivo y asumo esta vida como mala. Así, en cierto sentido, elijo haber nacido. Esta misma elección esta afectada por entero de facticidad, puesto que no puedo no elegir, pero a su vez, esa facticidad solo aparecerá en cuanto yo la trascienda hacia mis fines. 

Así, la facticidad esta doquiera, pero sin que pueda ser captada; no encuentro jamás sino mi responsabilidad, y por eso no puedo preguntar ≪.Por que he nacido?≫, ni maldecir el día de mi nacimiento ni declarar que no he pedido nacer, pues estas diferentes actitudes con respecto al nacimiento, es decir, con respecto al hecho de que realizo una presencia en el mundo, no son, precisamente, sino maneras de asumir con plena responsabilidad el nacimiento y hacerlo mio; también aquí, solo me encuentro conmigo mismo y mis proyectos, de modo que, en ultima instancia, mi derreliccion, es decir, mi facticidad, consiste simplemente en que estoy :condenado a ser totalmente responsable de mi mismo. Soy el ser que es como ser en cuyo ser esta en cuestión su ser. 

Y este ≪es≫ de mi ser es a la vez presente e imposible de captar. En estas condiciones, puesto que ningún acontecimiento del mundo me puede ser descubierto sino como ocasión (ocasión aprovechada, fallida, descuidada, etc.), o, mejor aun, puesto que todo cuanto nos ocurre puede ser considerado como una oportunidad, es decir, solo puede aparecernos como medio para realizar ese ser que esta en cuestión en nuestro ser, y puesto que los otros, como trascendencias-trascendidas, no son tampoco sino ocasiones y oportunidades, la responsabilidad del para-si se extiende al mundo entero como mundo-poblado. 

Así, precisamente, el Para-si se capta a si mismo en la angustia, es decir, como un ser que no es fundamento ni de su ser, ni del ser del otro, ni de los en-síes que forman el mundo, pero que esta obligado a decidir sobre el sentido del ser, en el y doquiera fuera de él. Quien realiza en la angustia su condición de estar arrojado a una responsabilidad que se vuelve incluso sobre su mismo abandono, no tiene ya remordimiento, ni queja, ni excusa; no es ya mas que una libertad que se descubre perfectamente a si misma y cuyo ser reside en ese mismo descubrimiento. Pero, como se ha señalado al comienzo de esta obra, la mayor parte de las veces rehuimos la angustia en la mala fe.

3 comentarios:

  1. ¿me podrías pasar los datos bibliográficos por favor?

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    1. Este texto es parte del libro El ser y la nada. Està en la cuarta parte que se titula Ser, tener y hacer.

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  2. Brillante Sartre! Nada más optimista que un hombre libre, responsable y sin excusas.

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