miércoles, 21 de marzo de 2012

El Mal - Una singular visión sobre su verdadera naturaleza - Arthur Machen "The White People"


Prólogo 

Ambrosio dijo : Brujería y santidad, he aquí las únicas realidades, Y prosiguó: la magia tiene su justificación en sus criaturas; comen mendrugos de pan y beben agua con una alegría mucho mas intensa que la del epicúreo. 

¿Os referís a los santos? 
Si, y también a los pecadores, creo que vos caéis en el error frecuente de los que limitan el mundo espiritual a las regiones del bien supremo. Los seres extremadamente perversos forman parte también del mundo espiritual. El hombre vulgar, carnal y sensual no será jamás un gran santo. Ni un gran pecador. En nuestra mayoría somos simplemente criaturas de barro cotidiano, sin comprender el significado profundo de las cosas, y por esto el bien y el mal son en nosotros idénticos: de ocasión sin importancia. 

¿Pensaís, pues que el gran pecador es un asceta lo mismo que el gran santo? 
Los grandes, tanto en el bien como en el mal, son los que abandonan las copias imperfectas y se dirigen a los originales perfectos. para mi no existe la menor duda, los mas excelsos entre los santos jamás hicieron 'una buena acción', en el sentido común de la palabra. Por el contario existen hombres que han descendido hasta el fondo de los abismos del mal, y que en toda su vida, no han cometido lo que vosotros llamaís una 'mala acción'. 

Se ausentó un momento de la estancia, Cotgrave se volvió a su amigo y le dió las gracias por haberle presentado a Ambrosio.   Es formidable, dijo. Jamás habia visto a un chalado de esta clase 
Ambrosio volvió con una nueva provisión de whisky y sirvió a los dos hombres con largueza. Criticó con ferocidad la secta de los abstemios, pero se sirvió un vaso de agua. Iba a reanudar su monólogo cuando Cotgrave le atajó. 

Vuestras paradojas son monstruosas. 
¿Puede un hombre ser un gran pecador sin haber hecho nunca nada culpable? ¡Vamos hombre! 
Os equivocais completamente, dijo Ambrosio, pues soy incapaz de paradojas: ¡ojala pudiera hacerlas! He dicho simplemente que un hombre puede ser un gran conocedor de vinos de Borgoña sin haber entrado jamás en una taberna. Esto es todo, y ¿no os parece mas una perogrullada que una paradoja?. 

Vuestra reacción revela que no tenéis la menor idea de lo que puede ser el pecado. 
¡Oh! naturalmente existe una relación entre el Pecado con mayúscula y los actos considerados como culpables: asesinato, robo, adulterio, etc. Exactamente la misma relación que existe entre el alfabeto y la poesía genial. 

Vuestro error es casi universal: os habéis acostumbrado como todo el mundo a mirar las cosas a través de unas gafas sociales. Todos pensamos que el hombre que nos hace daño a nosotros o a nuestros vecinos es un hombre malo. Y lo es desde el punto de vista social. ¿Pero no podéis comprender que el Mal, en su esencia, es una cosa solitaria, una pasión del alma? El asesino corriente, como tal asesino, no es en modo alguno un pecador en el verdadero sentido de la palabra. Es sencillamente una bestia peligrosa, de la que debemos librarnos para salvar nuestra piel. Yo lo clasificaría mejor entre las fieras que entre los pecadores. 

Todo esto me parece un poco extraño 
Pues no lo es, el asesino no mata por razones positivas, sino negativas, le falta algo que poseen los no-asesinos. El Mal por el contario es totalmente positivo. Pero positivo en el sentido malo. Y es muy raro. Sin duda hay menos pecadores verdaderos que santos. En cuanto a los que llamáis criminales, son seres molestos, desde luego, y de los que la sociedad hace bien en guardarse; pero entre sus actos antisociales y el Mal existe un absimo. ¡Creedme!. 

Se hacia tarde. El amigo que habia llevado a Cotgrave a casa de Ambrosio habia oido sin duda esto otras veces. Escuchaba con sonrisa cansada y un poco burlona, pero Cotgrave empezaba a pensar que su 'alienado' era tal vez un sabio. 

¿Sabéis que me interesáis enormemente? , dijo.
¿Opináis pues que no comprendemos la verdadera naturaleza del Mal? 
Lo sobreestimamos. O bien lo menospreciamos. Por una parte, llamamos pecado a las infracciones de los reglamentos de la sociedad de los tabúes sociales. Es una exageración absurda. Por otra parte atribuimos una importancia tan enorme al 'pecado' que consiste en meter mano a nuestros bienes o a nuestras mujeres que hemos perdido absolutamente de vista lo que hay de horrible en los verdaderos pecados. 

Entonces ¿qué es el pecado?, dijo Cotgrave 
Me veo obligado a responder a su pregunta con otras preguntas. ¿Que experimentaría si su gato o su perro empezaran a hablarle con voz humana? ¿Y si las rosas de su jardín se pusieran a cantar? ¿Y si las piedras del camino aumentaran de volumen ante sus ojos? Pues bien, estos ejemplos pueden darle una vaga idea de lo que realmente es el pecado. 

Escuchen, dijo el tercer hombre, que hasta entonces habia permanecido muy tranquilo, me parece que los dos estan locos de remate. Me marcho a mi casa. He perdido el tranvía y tendré que ir a pie, Ambrosio y Cotgrave se arrellenaron aun mas en sus sillones después de su partida. La luz de los faroles palidecía en la bruma de la madrugada, que helaba los cristales. 

Me asombra usted, dijo Cotgrave. Jamás había pensado en todo esto. Si realmente es asi hay que volverlo todo al revés. Entonces según usted la esencia del pecado sería... 

Querer tomar el cielo por asalto, respondió Ambrosio. El pecado consiste en mi opinión, en la voluntad de penetrar de manera prohibida en otra esfera mas alta. Esto explica que sea tan raro. En realidad pocos hombres desean penetrar en otras esferas, sean altas o bajas, y de manera autorizada o prohibida. Hay pocos santos. Y los pecadores, tal como yo los entiendo, son todavia mas raros. Y los hombres de genio (que a veces participan de aquellos dos) también escasean mucho... Pero puede ser mas difícil convertirse en un gran pecador que en un gran santo. 

¿Porque el pecado es esencialmente naturaleza? 
Exacto. La santidad exige igualmente un esfuerzo igualmente grande, o poco menos, pero es un esfuerzo que se realiza por caminos que eran antaño naturales. Se trata de volver a encontrar el éxtasis que conoció el hombre antes de la caída. En cambio el pecado es una tentativa de obtener un éxtasis y un saber que no existen y que jamás han sido dados al hombre y el que lo intenta se convierte en demonio. 

Ya le he dicho que el simple asesino no es necesariamente un pecador. Esto es cierto, pero el pecador es a veces asesino. Pienso en Gilles de Rais, por ejemplo. Considere que, si el bien y el mal están igualmente fuera del alcance del hombre contemporáneo, del hombre corriente, social y civilizado, el mal lo esta en un sentido mucho mas profundo. 
El santo se esfuerza en recobrar un don que ha perdido; el pecador persigue algo que no ha poseído jamás. En resumidas cuentas reproduce la Caída. 

¿Es usted católico?, preguntó Cotgrave. 
Sí, soy miembro de la Iglesia anglicana perseguida. 
Entonces ¿que me dice de esos textos en que se denomina pecado lo que usted califica de falta sin importancia? 

Advierta, por favor, que en estos textos de mi religión aparece reiteradamente el nombre de 'mago' que me parece la palabra clave. Las faltas menores que se denominan pecados, solo se llaman así en la medida que el mago perseguido por mi religión esta detras del autor de esos pequeños delitos. Pues los magos se sirven de las flaquezas humanas resultantes de la vida material y social como instrumentos para alcanzar su fin infinitamente excecrable.   Y permita que le diga esto: nuestro sentidos superiores estan tan embotados, estamos hasta tal punto saturados de materialismo, que seguramente no reconoceríamos el verdadero mal si nos tropezáramos con el. 

Pero ¿es que no sentiríamos a despecho de todo un cierto horror, este horror, de que me hablaba hace un momento al invitarme a imaginar unas rosas que rompiesen a cantar? 
Si fuesemos seres naturales, sí. Los niños, algunas mujeres y los animales sienten ese horror. Pero en la mayoría de nosotros, los convencionalismos, la civilización y la educación han embotado y oscurecido la naturaleza. A veces podemos reconocer el mal por el odio que manifiesta al bien, y nada mas, pero esto es puramente fortuito. En realidad, los Jerarcas del Infierno pasan inadvertidos a nuestro lado. 

¿Piensa que ellos mismos ignoran el mal que encarnan? 
Asi lo creo. El verdadero mal en el hombre es como la santidad y el genio. Es un éxtasis del alma, algo que rebasa los límites naturales del espíritu, que escapa a la conciencia. Un hombre puede ser infinitamente y horriblemente malo, sin sospecharlo siquiera. Pero repito: el mal, en el sentido verdadero de la palabra, es muy raro. Creo que incluso cada vez lo es mas. 

Procuro seguirle, dijo Cotgrave. ¿Cree usted que el Mal verdadero tiene una esencia completamente distinta de lo que solemos llamar el mal? 
Absolutamente. Un pobre tipo exitado por el alcohol vuelve a su casa y mata a patadas a su mujer y a sus hijos. Es un asesino. Gilles de Rais es también un asesino. Pero ¿advierte usted el abismo que los separa? La palabra es accidentalmente la misma en ambos casos, pero el sentido es totalmente distinto. 

Cierto que el mismo débil parecido existe entre todos los pecados sociales y los verdaderos pecados espirituales, pero son como la sombra y la realidad. Si usted es un poco teólogo tiene que comprenderme. 

Le confieso que no he dedicado mucho tiempo a la teología, observó Cotgrave. 
Lo lamento; pero volviendo a nuestro tema ¿cree usted que el pecado es una cosa oculta, secreta? 
Si. Es el milagro infernal, como la santidad es el milagro sobrenatural. El verdadero se eleva a un grado tal que no podemos sospechar en absoluto su existencia. Es como la nota mas baja del organo, tan profunda que nadie la oye. A veces hay fallo, recaídas, que conducen al asilo de locos o a desenlaces todavía mas horribles.

Pero en ningún caso debe confundirlo con la mala acción social. Acuérdese del Apóstol: hablaba del otro lado y hacia una distinción entre las acciones caritativas y la caridad. De la misma manera que uno puede darlo todo a los pobres y, a pesar de ello, carecer de caridad, puede evitar todos los pecados y, sin embargo ser una criatura del mal. 

¡He aqui una psicología singular!, dijo Cotgrave. Pero confieso que me gusta. Supongo que segun usted, el verdadero pecador podía pasar muy bien por un personaje inofensivo, ¿no es así?. 

Ciertamente. El verdadero mal no tiene nada que ver con la sociedad. Y tampoco el Bien, desde luego. ¿Cree usted que se sentiría a gusto en compañia de san Pablo? 
¿Cree usted que se entenderia bien con sir Galahad?. Lo mismo puede decirse de los pecadores. Si usted encontrase a un verdadero pecador y reconociese el pecado que hay en el sin duda se sentiría horrorizado. Pero tal vez no existiría ninguna razón para que aquel hombre le disgustara. Por el contrario es muy posible que si lograba olvidar su pecado, encontrase agradable su trato. 

¡Y sin embargo! ¡No! ¡Nadie puede adivinar cuan terrible es el verdadero mal..! 
¡Si las rosas y los lirios del jardín se pusieran a cantar esta madrugada, si los muebles de esta casa empezaran a desfilar en procesión como en el cuento de Maupassant...! 

Celebro que vuelva a esta comparación, dijo Cotgarve, pues quería preguntarle a que corresponden, en la humanidad estas proezas imaginarias de las cosas que usted cita. 
Repito: ¿que es pues el pecado? Quisiera que me diese un ejemplo concreto. 

Por primera vez Ambrosio vaciló: 
Ya le he dicho que el verdadero mal es muy raro. El materialismo de nuestra época que tanto ha hecho para suprimir la santidad, tal vez ha hecho mas aun para suprimir el mal. Encontramos la tierra tan cómoda, que no sentimos deseos de subir ni de bajar. Todo ocurre como si un especialista del Infierno realizase trabajos puramente arqueológicos. 

Sin embargo tengo entendido que sus investigaciones se han extendido hasta la época actual. 
Veo que usted está realmente interesado. Pues bien, le confieso que he reunido, en efecto, algunos documentos... 


(Prólogo de "The White People (1899) incluido en la siguiente fuente bibliográfica). 
Libro: The house of souls, Knopf, New York (1906, 1922 ed.)  

Acerca de Arthur Machen - (1863-1947) 
Escritor y periodista gales, prolífico autor de literatura fantástica. Iniciado tambien en el ocultismo en la logia secreta Golden Dawn. 'La influencia de Machen en la carrera de otros escritores es importante, entre ellos H.P. Lovecraft, con su relato El Horror de Dunwich, la novela Ceremonia de T.E.D. Klein, o la Historia de Fantasmas de Peter Straub'. Autor entre otras obras de Los tres impostores (1895) y El terror (1917).

domingo, 18 de marzo de 2012

La metafísica de la juventud - Walter Benjamín

IV.
Experiencia.

Nuestro combate en favor de la responsabilidad está siendo librado contra un ser enmascarado. La máscara de los adultos es la «experiencia» (Erfahrung). es una máscara inexpresiva, impenetrable, siempre igual a sí misma. Todo lo han vivido ya estos adultos: juventud, ideales, esperanzas, mujeres. Todo resultó ser una ilusión. A menudo se encuentran acobardados o amargados. Probablemente tengan razón los adultos. ¿Qué podemos responderles? Aún no hemos experimentado nada. Pero nosotros queremos intentar levantar la máscara: ¿Qué es lo que han experimentado estos adultos? ¿Qué quieren demostrar? Una cosa antes que nada: que también ellos han sido jóvenes, también han deseado lo que deseamos nosotros ahora, también dejaron de creer en sus padres y la vida les enseñó que éstos tenían razón. Los adultos se sonríen con aire de superioridad: a nosotros también nos sucederá lo mismo. Desprecian dc antemano los años vividos por nosotros y hacen de ellos un tiempo de dulce idiotez juvenil, un entusiasmo previo a la gran sobriedad de una vida seria. Y eso, los bienintencionados e ilustrados. Conocemos otros pedagogos cuya amargura no nos permite gozar siquiera de los breves años juveniles. 

Con toda seriedad y dureza quieren colocarnos ya en la amarga tarea de la vida. Pero unos y otros desprecian y destrozan nuestros años y no dejan de sobrecoger nuestros sentimientos: tu juventud no es más que una breve noche (¡llénala de entusiasmo!); después de ella viene la hermosa «experiencia», los años de compromisos, de pobreza intelectual y de carencia de entusiasmo: así es la vida. Así nos hablan los adultos; así viven ellos. Sí, así viven los adultos, siempre es lo mismo, nunca es lo otro: vida sin sentido. Pura brutalidad. ¿Nos animáis para la grandeza, para la novedad, para el futuro? ¡No, ni hablar! Eso es inexperimentable. Pero si el sentido, la verdad, la bondad y la belleza se fundamentan en sí mismos, ¿para qué queremos la experiencia?

Y aquí está la clave: como los adultos jamás elevan los ojos hacia la grandeza y la plenitud de sentido, su experiencia se convierte en el evangelio de los filisteos y les hace portavoces de la trivialidad de la vida. Los adultos no conciben que haya algo más allá de la experiencia; que existan valores – inexperimentables – a los que nosotros nos entregamos.

¿Por aquí la vida resulta para los filisteos algo desconsolador y sin sentido? Porque sólo conocen la experiencia, nada más; porque ellos mismos son seres sin esperanza ni espíritu, y porque sólo mantienen relaciones internas con lo rutinario, con lo eternamente vuelto al pasado. Pero nosotros conocemos algo distinto, que ninguna experiencia nos ofrece, a saber: que existe la verdad aunque todo lo pensado hasta ahora sea un error; que la honradez debe mantenerse por mucho que hasta el día de hoy nadie haya sido honrado. Esta voluntad no nos la puede arrebatar ninguna experiencia. No obstante, ¿no podrían tener razón nuestros padres con sus gestos cansados y su desencantada suficiencia? ¿No será inevitablemente triste todo lo que nosotros lleguemos a experimentar de tal manera que el valor y el sentido sólo pueda fundamentarse en lo inexperimentable? Entonces el espíritu sería libre, sólo que la vida le iría hundiendo cada vez más, vida que, como suma de experiencias, resulta en verdad algo desconsolador.

Pero nosotros ya no comprendemos estas preguntas. ¿Habremos de llevar, según eso, la misma vida de aquellos que no conocen lo que es el espíritu y cuyo inerte «yo» acaba siendo arrojado por la vida como por olas a las rocas? No. Toda nuestra experiencia posee ya un contenido. Su contenido será el que le dé nuestro espíritu. La irreflexión sestea en el error: «¡Jamás encontrarás la verdad – gritan los adultos a quienes la buscan – : lo sé por experiencia!». Pero para el que busca la verdad el error no es más que una ayuda para encontrarla (Spinoza). La experiencia carece de sentido y de espíritu sólo para aquellos que carecen de antemano tanto del uno como del otro. Sin duda, la experiencia resultará dolorosa para quien busca en ella, pero difícilmente le dejará sin esperanza.

Quien busca de verdad nunca se resignará apáticamente ni se dejará adormecer por la inercia del filisteo, puesto que éste – ya os habréis dado cuenta – se alegra ante cada nuevo fracaso. Y tiene razón, está plenamente convencido de que efectivamente el espíritu no existe. Pero nadie reclama una sumisión más rotunda, un respeto más profundo hacia el espíritu, que él, pues si ejerciera la crítica sin duda debería comprometerse, y eso es algo que no puede hacer. Incluso la experiencia del espíritu, que él mismo siente a regañadientes, se le convierte en algo inespiritual.

Dígale usted que aprecie
los sueños de su juventud
cuando llegue a ser un hombre.

Nada detesta más el filisteo que los «sueños de su juventud» (y la mayoría de las veces el sentimentalismo no es más que un camuflaje de este odio). Lo que retiene de estos sueños no es sino la voz del espíritu, que también le llama a él, como a todos los hombres. La juventud es un permanente recordatorio para él. Por eso la combate. Por eso la describe como una experiencia gris y todopoderosa y enseña a los jóvenes a reírse de sí mismos. Vivir sin espíritu puede ser algo infame, pero desde luego resulta bastante cómodo.

 Por otro lado, nosotros conocemos otra experiencia que puede llegar a ser hostil al espíritu y aniquilar muchos sueños en flor. No obstante, es la más bella, intangible e inmediata, ya que jamás llega a perder el espíritu con tal de que nos mantengamos jóvenes. Como decía Zaratustra al final de su peregrinación, uno sólo se experimenta a sí mismo. El filisteo construye su «experiencia» y se convierte en pura inespiritualidad. El joven vivirá el espíritu, y cuanto mayor sea el esfuerzo con que alcanza la grandeza, tanto mas encontrará el espíritu a lo largo de su peregrinación por entre los hombres. El joven será, sin duda, un hombre indulgente. El filisteo es intolerante.

Paidos, 1995, México.